El destino caprichoso quiso que Billy Waller se fuera demasiado pronto, apenas superados los 50, dejando más de 400 obras en su taller: huérfanas, silenciosas, desconocidas para muchos. Una responsabilidad inmensa, sobre todo para su familia. No era una herencia sencilla. Billy había mostrado su obra en contadas ocasiones; el resto vivía puertas adentro, protegido como un secreto, como un mundo íntimo que él habitaba para resistir, sanar y comprenderse.

Prolífero, inquieto, indómito, hizo del arte su guarida y su manera de darle forma a lo que le ardía en el alma. Y cuando partió, intempestivamente, su mujer y sus dos hijos tuvieron que tallar un nuevo destino sobre ese vacío.

Perder a un ser querido es doloroso; perder a un padre es indescriptible. Y tener apenas veinte años vuelve todo aún más complejo. Hizo falta una década para que María, su hija mayor, pudiera volver a mirar de frente esa obra detenida en el tiempo, dormida en un altillo y cargada de emociones que todavía no encontraba cómo nombrar.

No fue un camino lineal. Fueron diez años de juntar señales, hilvanar migajas de memoria, decodificar emociones y consensuar entre tres qué hacer con una herencia tan íntima como abrumadora. María tuvo que alejarse para poder acercarse de otro modo; tuvo que soñar, llorar, dudar y volver a empezar.

Como si un hilo invisible guiara sus pasos, fue encontrando el modo. Así nació el Espacio de Arte Billy Waller. En Villa Pueyrredón, un viejo taller mecánico fue transformado (y transformando a quienes lo habitaban) hasta convertirse en un proyecto que comenzó como intuición y terminó revelándose como destino.

En 2024, María decidió convertir esa intuición en obra concreta. Trabajó un año entero aprendiendo, restaurando, investigando y catalogando cada pieza. Tuvo que abrir una por una las obras, dialogar con ellas, reconocer a un padre quizá desconocido, entenderlo desde otro lugar. A veces, incluso, tuvo que dejar de ser hija para avanzar entre lienzos de una intensidad conmovedora. Pero, como el amor después del amor toma otro sentido, María logró darle sentido al arte después del artista.

“El Galpón”, como llaman íntimamente al espacio, promete convertirse en un punto de referencia en un barrio porteño que vive una transformación silenciosa. Quizás no solo renazca la obra de Waller: tal vez también esté gestándose un nuevo polo artístico y cultural capaz de acercar el arte —y sus movimientos— a más vecinos.

La inauguración del Espacio de Arte Billy Waller

Ese proceso íntimo, arduo y luminoso desemboca ahora en una noticia que marca un antes y un después: la inauguración formal del Espacio de Arte Billy Waller, un lugar dedicado a la puesta en valor, preservación y difusión de su obra.

El proyecto tuvo una antesala en la muestra íntima “La trastienda”, donde, a principios de noviembre, se presentó el detrás de escena de todo el trabajo que María, su familia y colaboradores llevaron adelante: un meticuloso proceso de conservación, restauración, investigación y catalogación de su producción.

“Hubo ruido y su forma aterrizó acá”

Ese recorrido culmina con la apertura de la exposición “Hubo ruido y su forma aterrizó acá”, una selección representativa y profundamente reveladora de su obra.

La exhibición retrospectiva fue diseñada gracias a la curaduría de María Waller y Lucía Ramundo. Su inauguración será el sábado 29 de noviembre y podrá visitarse hasta el 15 de marzo.

Dentro de la pintura de caballete, Waller encontró un ejercicio vital donde traducía en materia su vínculo con el entorno y con sus emociones. Lo que a primera vista podría parecer puramente abstracto se vuelve gesto, intensidad, forma viva. En su obra, lo sensible y lo técnico se entrelazan sin jerarquías. Su producción, vasta, rebelde y profundamente personal, recorre universos singulares que no se parecen a nada más que a sí mismos.

El riguroso proceso de investigación permitió identificar continuidades, rupturas y exploraciones que revelan a un artista sólido, libre y sorprendentemente heterogéneo, siempre comprometido con la experimentación. Fiel a esa búsqueda autónoma y sincera, el espacio abre sus puertas con el deseo de generar un diálogo entre su obra y el presente, convocando también a artistas y producciones contemporáneas que puedan resonar con ella.

Sobre Billy Waller

Billy Waller nació en Buenos Aires en 1964. Tras finalizar sus estudios secundarios ingresó al Centro de Artes Visuales, donde se formó en dibujo, pintura, escultura y grabado. Allí asistió al taller de Noé Nojechowicz, espacio en el que exploró el surrealismo y produjo una serie destacada de su obra.

En 1988 continuó su formación en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, donde fue alumno de Jorge Demirgian. Ese mismo año, junto a un grupo de artistas, formó el taller 2/17 en San Telmo, bajo la supervisión de José María Cáceres.

Desde entonces, su obra osciló entre dos lenguajes: la abstracción como vehículo de fuerza expresiva y la figuración como anclaje de lo humano dentro de esas tensiones.

Hacia 1990 instaló su propio taller, que mantuvo durante más de quince años. Aunque incursionó en la escultura, fue a partir de 2008 cuando retomó esa práctica de manera sistemática, trabajando junto a Alberto Delponti y, luego, en mármol con Beatriz Sotto García. En 2006 participó de la exposición colectiva Soho Telo Muestra, junto a artistas como Nicola Constantino, Florencia Rodríguez y Alberto Pasolini, entre otros.

A lo largo de su trayectoria, Waller expuso en espacios como el Centro Alfredo Fortabat, la Fundación Banco Patricios, el Centro de Arte Contemporáneo de las Naciones Unidas, el Salón de Otoño, el Espacio Giesso y la Biblioteca Ameghino. Obtuvo el primer premio en dibujo de la Fundación ARCHE, así como el primer premio en pintura en las Naciones Unidas y el Museo Víctor Roverano. El Salón de Otoño también le otorgó el segundo premio en pintura.

A partir de 1995 se alejó del circuito expositivo para dedicarse de lleno a la producción y a la enseñanza de dibujo y pintura en su taller. Su obra, extensa y prolífica, sigue revelando piezas que aparecen ocasionalmente en manos de amigos o antiguos alumnos.

En sus últimos años expuso en En contraste y en la feria BADA (Pilar, Buenos Aires). Tras su fallecimiento, en 2015, su familia organizó dos muestras homenaje, y el Museo Benito Quinquela Martín presentó una retrospectiva bajo la curaduría de Yamila Valeiras. Una de sus obras forma parte de la colección del Museo.

Información

Instagram: @artebillywaller
Visitas: con cita previa — +54 11 5976 7311
Mail: artebillywaller@gmail.com
Entrada: libre y gratuita
Dirección: Espacio de Arte Billy Waller — Cochrane 3140, Villa Pueyrredón, Ciudad Autónoma de Buenos Aires

MANUEL DE FRANCESCO: El escultor que celebra la vida entre arcillas, silencios y hombres-niños

En una calle tranquila de Villa Crespo, detrás de una fachada anónima de puerta roja, se esconde un universo donde el tiempo parece detenerse. Es el taller de Manuel De Francesco, artista plástico, escultor, docente, y sobre todo, un hombre de una serenidad que se contagia. Visitamos su espacio y compartimos una mañana entre sus obras, testigos mudos de su búsqueda constante.

MANUEL DE FRANCESCO: El escultor que celebra la vida entre arcillas, silencios y hombres-niños

Hay algo en él que desarma. Su tono pausado, su humildad, su forma de mirar cada una de sus esculturas como si las estuviera viendo por primera vez. “En general me gusta estar solo y trabajo solo —dice mientras camina entre figuras de cemento y arcilla—. Pero hay momentos en que estoy un poco desbordado… como verás, nunca hay tantas obras. Ahora justo estás viendo cuatro grandotas, y eso ya es lo máximo que puedo hacer acá adentro. Más grandes no salen.”

Cada rincón del taller tiene huellas de proceso: yeso, arcilla, bocetos, herramientas, polvo, silencio. “Cuando las hago más grandes tengo que ir a otros talleres. Estas, por ejemplo, son de cemento hueco. A veces necesito ayuda para manipularlas”, cuenta con naturalidad, como si hablara de algo cotidiano.

De La Rioja a las formas del cuerpo

Manuel nació en La Rioja, hijo de una maestra española y un herrero italiano. “Mi mamá era maestra, mi viejo herrero, y en casa siempre había arte. Mi mamá me impulsaba mucho, me regalaba libritos, me llevaba a estudiar dibujo. Creo que desde chica descubrió que tenía cierta inclinación.”

Creció en una familia numerosa: nueve hermanos. “El más grande soy yo, y el único que se dedicó al arte como profesión. Pero tengo hermanos que son herreros, medio artísticos también. En casa la manualidad estaba presente.”

De chico ya mostraba facilidad para lo tridimensional. “Me encanta la pintura, pero tengo una relación malísima con el color y la línea. Siempre me resultó natural modelar. Me das un papel y un lápiz y me siento inútil. Pero con el volumen, con la arcilla, todo fluye.”

Cuando estudiaba en la Escuela Prilidiano Pueyrredón —hoy Universidad Nacional de las Artes (UNA)—, un profesor le dijo algo que nunca olvidó: “Todo es dibujar. Bailar es dibujar. Tallar es dibujar.”
“Entonces yo me llevaba un cubo de yeso a la clase de dibujo y lo tallaba. Era mi manera de dibujar”, recuerda riéndose.

A los nueve años su familia se mudó a Córdoba, donde pasó buena parte de su vida y donde sigue volviendo siempre. “Estoy mucho en las sierras, en un pueblito que se llama Villa Sardina, en Punilla. Es un lugar donde me reencuentro conmigo. Tiene algo de esa paz que necesito.”

La síntesis y el movimiento

Terminó la carrera en el año 2000. “Empecé a investigar por mi cuenta, sin saber muy bien de qué manera me iba a meter en esto. Quería que el arte fuera mi profesión. Y lo logré… te juro que fue un milagro. Jamás pensé que iba a vivir de esto.”

En sus primeros años como escultor trabajó mucho la talla en piedra y madera, un aprendizaje que lo obligó a “sacar para que aparezca la forma”.
“Eso me llevó a sintetizar, a geometrizar, a eliminar detalles. Mis primeras esculturas eran casi tótems, muy geométricas, con la figura humana apenas insinuada.”

Pero cuando volvió a la arcilla, su lenguaje cambió. “Mantuve la síntesis y la geometría, pero le sumé movimiento. Rompí el esquema ortogonal y me fui hacia lo que yo quería hacer: la expresión del cuerpo. Más que nada, eso: la emoción del cuerpo.”

De esa exploración surgió “Hombres Niños”, su serie más emblemática. “El personaje no tiene nombre. Es un proyecto que llamé así porque Ana María Campoy, a quien conocí y quise mucho, decía ‘son hombres-niños’. Tienen algo indefinido en la edad, un candor… no sé si fragilidad, pero sí…una ternura. Desde entonces, el 90% de mi obra pasa por esa imagen: el mismo personaje que va mutando y cambiando.”

Cada uno de esos personajes tiene su momento. “Hubo tandas de producción, épocas de efervescencia. Después me dedico a buscar variantes dentro de lo mismo. Ahora estoy en una etapa de cambiar la escala de las obras: agrandarlas, llevarlas a otras dimensiones. Algunas las modifico digitalmente, con la ayuda de alguien que traduce mis manos en la pantalla. Es algo nuevo para mí, pero sigue siendo mi obra.”

Vivir del arte

Hoy Manuel puede decir que vive de lo que ama. Pero el camino no fue inmediato.
“Después de la carrera pasé años medio perdido, sin saber cómo insertarme. En 2005 llevé unas piezas a un local en Recoleta que vendía solo arte. Fui con timidez, casi pidiendo disculpas. Me pidieron obras grandes, y justo era una época en que se vendía mucho afuera, por el turismo y el dólar. Eso me abrió puertas. A partir de ahí conecté con galerías, especialmente en Uruguay.”

Desde entonces, su obra recorrió el mundo: Portugal, España, Suiza, Uruguay. “En Montreux hice una exposición preciosa. También participé en ferias colectivas. Y vendí desde acá para lugares rarísimos. Ya ni sé dónde están algunas esculturas. Tendría que hacer un mapamundi y marcar dónde viven mis obras.”

MANUEL DE FRANCESCO: El escultor que celebra la vida entre arcillas, silencios y hombres-niños

Pero su vínculo con el público va más allá de lo comercial. “Las exposiciones para mí son celebraciones. La mayoría de los artistas expone para vender. Yo si vendo, buenísimo. Pero lo hago para compartir, para celebrar. Me divierte mostrar algo nuevo, una idea, un rumbo.”

Las redes sociales también se convirtieron en aliadas. “Han ayudado mucho. Hoy tengo un ritmo de ventas sostenido. Pero lo importante sigue siendo crear, disfrutar el proceso.”

El arte como espacio vital

Además de artista, Manuel es docente en la Universidad Nacional de las Artes. “Tengo muchos alumnos por cuatrimestre. Y lo lindo es que no todos buscan vivir del arte. Algunos escriben, otros se van hacia la curaduría o la historia del arte. Es un universo enorme.”

Su forma de enseñar tiene el mismo tono con el que habla: tranquilo, empático, paciente. “Hay algo de mi mamá maestra, creo. Ella me transmitió esa vocación de acompañar.”

Manuel transmite una serenidad profunda. Estar a su lado se siente como bajar un cambio. Hay una coherencia entre su modo de ser y su obra: simpleza, calma, humanidad. El lujo de la sencillez 

La celebración de lo nuevo

El 28 de noviembre, Manuel presentará una nueva muestra en una galería de arte de Buenos Aires. Una cita que espera con entusiasmo, más como un reencuentro que como un evento.
“Me gusta conocer gente, me divierte. Y esta muestra es eso: una excusa para reunirnos, para celebrar. A veces las ideas nuevas son apenas una intención, pero compartirlas siempre vale la pena.”

Su taller, lleno de cuerpos suspendidos, gestos quietos y miradas suaves, parece un espejo de su mundo interior. En cada escultura hay algo de él, algo de ese hombre que aprendió a dibujar en el aire, a darle forma al silencio y a celebrar la vida a través del arte.

Trekking en los Glaciares: la experiencia de Hielo y Aventura

En el corazón de la Patagonia, a 80 kilómetros de El Calafate, se encuentra una de las joyas naturales más imponentes del planeta: el Glaciar Perito Moreno. Sus hielos de un azul intenso, sus desprendimientos estruendosos y su accesibilidad única lo convierten en una de las maravillas más visitadas y admiradas del mundo.

Quienes han hecho posible que miles de viajeros de todo el planeta puedan acercarse de manera segura a esta maravilla son los pioneros de Hielo y Aventura, una empresa argentina que desde 1989 se dedica a ofrecer experiencias de trekking y navegación en el Parque Nacional Los Glaciares. Lo que comenzó como un proyecto entre amigos apasionados por la montaña, se transformó en la compañía líder en caminatas sobre hielo a nivel mundial.

El nacimiento de un clásico: el Minitrekking

La gran innovación de Hielo y Aventura fue crear una experiencia pensada para el público general, sin necesidad de contar con conocimientos de montañismo. Así nació el Minitrekking, una caminata guiada con crampones sobre el glaciar que permite descubrir formaciones de hielo, grietas y cuevas con total seguridad. Con los años, la propuesta se diversificó con variantes más desafiantes y opciones para todos los perfiles.

Trekking en los Glaciares: la experiencia de Hielo y Aventura

Experiencias para cada viajero

Hoy, la empresa ofrece un abanico de excursiones que combinan aventura, naturaleza y emoción:

  • Minitrekking: la excursión clásica, accesible y cautivante.
  • Minitrekking 2: una versión más dinámica, con doble recorrido.
  • Big Ice: siete horas de exploración total, con más de tres horas sobre el glaciar, pensada para exploradores exigentes.
  • Safari Náutico: navegación frente a la imponente cara sur del glaciar, disponible todo el año.
  • Safari Azul: caminata de baja dificultad que permite acercarse al hielo y tocarlo con las manos.

Es importante saber que la experiencia tiene un rango etario para pasajeros de entre 8 y 65 años. En cuanto al precio el valor hoy es de $320.000.

Trekking en los Glaciares: la experiencia de Hielo y Aventura

Una experiencia que transforma

Participar en una de sus excursiones no es solo turismo: es un encuentro íntimo con una de las fuerzas naturales más extraordinarias del planeta. Entre el crujido del hielo, el silencio imponente de la montaña y la hospitalidad del equipo, cada visitante vive un momento único e inolvidable.

Hielo y Aventura sigue marcando el rumbo del turismo de naturaleza en Argentina, acercando de manera respetuosa y segura la majestuosidad del Perito Moreno a quienes se animan a vivir la aventura.

Altos del Arapey: una escapada en pareja para desconectar y recargar energía

Pensar en un lugar donde lo único que importe sea disfrutar… inevitablemente nos lleva a imaginar un All Inclusive. Sin embargo, son pocas las opciones cercanas para vivir una experiencia de este nivel. Una de ellas, y probablemente la más tentadora, es Altos del Arapey, en Uruguay.

A solo 550 kilómetros de Buenos Aires, este resort 5 estrellas en las Termas del Arapey es la excusa perfecta par una escapada en pareja donde el descanso y el disfrute son protagonistas.

Desde el inicio, todo invita a bajar el ritmo. El entorno natural, las piscinas termales, las vistas a lagunas y jardines: un escenario ideal para reencontrarse sin distracciones. El complejo conjuga termas, spa, golf y gastronomía bajo un sistema All Inclusive que hace que la única decisión sea dejarse llevar. El lujo aparece en los detalles: descubrir que hasta el agua de los baños es termal, o brindar al atardecer con un cóctel en el wet bar.

Lo interesante es que este All Inclusive se adapta a distintos planes: pareja, amigos o familia. Solo hay que entender el pulso del lugar para disfrutarlo. Las mañanas y los atardeceres son perfectos para recorrerlo en clave romántica; si vas con amigas, la barra, el bar y las actividades para adultos garantizan risas y momentos compartidos. Y en familia, mientras los chicos se divierten en el Kids Club o en la agenda diaria de actividades, los padres pueden recuperar tiempo de a dos.

Las piscinas termales, cubiertas y al aire libre, son un refugio irresistible: distintas temperaturas, jacuzzis y rincones pensados tanto para relajarse como para disfrutar juntos del placer del agua. El spa suma masajes y tratamientos para renovar cuerpo y mente (no incluidos en el plan).

La gastronomía es otro de los puntos fuertes. El buffet ofrece opciones frescas y variadas para todos los gustos, con estaciones de show cooking temáticas y la posibilidad de disfrutar buena comida y bebida mirando el río Arapey.

Y aunque actividades sobran –desde paseos a caballo hasta noches de música en vivo– el verdadero lujo de Altos del Arapey está en regalarse tiempo compartido: caminar de la mano entre lagunas, descansar frente al fuego o cerrar la jornada con un baño nocturno bajo las estrellas.

En pareja, este resort es mucho más que un destino: es un ritual de conexión, relax y disfrute. Una invitación a volver renovados. Juntos.

Mariela Ivanier: el arte de la abundancia

Este año conocí a Mariela Ivanier en un almuerzo, gracias a una amiga en común. Me llamó la atención su mirada atenta y su atuendo colorido: una túnica, collares grandes y anteojos de marco ancho. Sin duda, alguien con personalidad, pensé. La había cruzado alguna vez en un evento, pero nunca había tenido trato con ella.

Sabía que era colega y experta en gestión de crisis. Poco después coincidimos en una interconsulta por un cliente y, a partir de allí, empezaron a surgir encuentros —siempre por iniciativa de Mariela— que me permitieron conocerla más hasta llegar a esta entrevista.

Una de esas invitaciones fue a un evento en su casa. Allí descubrí su mundo, enmarcado en la Colección Rivarola: unas 400 obras de arte, supe después. En ese momento me limité a observar: el recibidor, el bar azul, el living (que también es su oficina), el comedor, el dormitorio “rojo amor” y hasta el vestidor, todos colmados de arte.

Sí, también el vestidor, porque Mariela abre su casa de par en par, literalmente. “Mi intimidad está en otro lado, no en que conozcan mi vestidor. Yo tengo una vida personal, muy personal, como casi todos, que no está en este departamento ni en esta colección ni en los objetos”, sentencia con claridad.

Donde se mire hay obras, pero también colecciones de objetos: jarrones, estuches de anteojos, muñecas, animales en miniatura. Mariela colecciona arte desde hace 28 años. “El arte es un profundo disfrute, no hay reflexión ni demasiado análisis, es puro corazón y panza. Como digo yo, es tripa. El arte no es una terapia, es un espacio de juego y de disfrute, claramente”, detalla con entusiasmo.

De la crisis y el caos a la armonía

Lo primero que pensé al entrar a su casa fue: ¿cómo tanta obra puede coexistir de manera armónica siendo cada una tan única? Podría ser un caos absoluto. Una crisis visual. Pero Mariela es experta en manejar situaciones complejas. Y ese expertise le permite armonizar lenguajes, personas y personalidades tanto en su trabajo como en su vida personal.

Mariela Ivanier: el arte de la abundancia

Gestionar crisis implica gestionar personas y empresas, con sus egos, miserias, complejidades y momentos de debilidad. “Es un trabajo muy demandante: tengo clientes que atraviesan situaciones complicadas y que requieren no solo de una mirada, sino de una segunda mirada y de una escucha. Las decisiones que uno toma tienen una implicancia muy fuerte en la vida del otro, en la vida de los demás, y eso me genera una enorme responsabilidad”, explica con claridad.

Lo diverso nutre y enriquece

También participé de uno de sus famosos Tés de colección. Allí entendí que Mariela logra con las personas lo mismo que hace con el arte en su casa: que la diversidad conviva y se enriquezca.

Le gusta tender puentes entre personas de distintos ámbitos. Abre sus puertas a conocidos, amigos y completos desconocidos, los presenta, les da un motivo y abre el diálogo. “Me encanta pensar que esas dos personas nunca se hubiesen conocido si este encuentro no ocurría. Y que a partir de ahí pueden hacer algo juntos: enamorarse, hacer negocios, hacerse amigos, volver a verse. Eso me da un enorme placer”, resume.

Y su profesión se vuelve vocacional en estos encuentros: “Con un agregado que te sumo y que para mí es un desafío: muchas veces concurre gente, voluntaria o voluntariamente, que tiene algún conflicto. A mí me gusta desafiarme a mí misma y saber que ese conflicto, gracias a mí o a no incomodarme cuando los recibo, se diluye”.

Aquello que antes era natural —que las personas se conozcan cara a cara y hablen mirándose a los ojos— hoy, con el mundo digital, parece haberse desprestigiado. Todo se traslada a lo virtual, incluso cuando la gente se reúne sólo para producir contenido, pero sin estar realmente presente.

El arte como disfrute y como acto de compartir

Además de disfrute, el arte es la melodía central en la vida de Mariela y siente la necesidad de compartirlo. De allí nacen sus eventos.

Té de colección comenzó hace quince años. “Hubo una conversación fundacional con mi hija Mora, que en ese momento tenía 10 años. Le expliqué que teníamos cosas muy lindas como para no compartirlas y ella estuvo de acuerdo. Yo quería invitar a gente para que las disfrute y, al mismo tiempo, enseñarle a mi hija a recibir. Eso se aprende en casa, no en un curso”, recuerda.

De ese ciclo nació un libro en coautoría con Gabriela Kogan y, durante la pandemia, el segundo: El arte está en casa, una compilación de 141 relatos de mujeres y su relación con el arte.

Otro proyecto es Arte en pequeño formato, una muestra anual organizada junto a Victoria Baeza, Santiago Arce y Mariana Gallegos de Los Santos. “Este año nos animamos a hacerlo en el Museo de Arquitectura. El pequeño formato es más accesible: alguien que nunca compró arte difícilmente arranque con un cuadro de dos metros por dos, pero sí puede animarse a uno de 30×20. Y lo logramos: en esta edición se vendieron cerca de 150 obras”, celebra.

Intensidad, pasión, abundancia

Todo es intenso en el mundo de Mariela Ivanier: el color, las palabras, el arte, los vínculos. Ella misma lo resume: “Soy abundante. Abundante en temas, en gente, en arte. Soy exagerada. Profundamente exagerada”.

Sin embargo, al preguntarle por sus pasiones principales, sorprende: “Mis dos grandes pasiones en este momento no están colgadas en ningún lugar: son mi hija Mora y mi compañero Santiago, un hombre bueno, que me costó muchos años encontrar”.

Definirse en una palabra

Cuando le consulto cómo le gustaría que la definieran, la abundante Mariela se queda en silencio por primera vez: “Mirá el silencio que provocaste. A mí me gustaría que me definieran como una buena persona”.

Recuerda entonces a su abuelo José, quien con solo séptimo grado se convirtió en un gran empresario en San Juan. “Hay una palabra en ídish que lo define: mensch. Significa buena persona, alguien trascendente, importante para su comunidad. Eso era mi abuelo y me gustaría heredarlo”.

Mariela Ivanier: el arte de la abundancia

La emoción la invade al evocar su muerte: “Cuando murió, en San Juan cerraron los comercios para acompañarlo. Yo tenía 16 años. Recuerdo al ciego que siempre vendía ballenitas en la puerta de su negocio; mi abuelo siempre le compraba. Cuando pasó el camión con su féretro, ese hombre gritó: ‘Adiós Don José’. Después no pude ver más. Como el ciego”, relata con lágrimas en los ojos.

Esos mismos ojos —curiosos y atentos, que me sorprendieron en nuestro primer encuentro— son ahora el telón final de una entrevista abundante en emociones.

La lluvia hizo brillar aún más a Gusmán en el BAFWeek

Ayer al mediodía, en el marco de BAFWeek el Museo Larreta se preparaba para recibir uno de los desfiles más esperados: la presentación de “Turucuto, de Tucumán al Mundo”, la nueva colección de Gusmán.

A las 13 horas, cuando los invitados empezaban a llegar con sus looks cuidadosamente elegidos, la lluvia sorprendió y puso a prueba la organización. El montaje estaba dispuesto en los jardines del museo, un escenario natural de árboles centenarios que, de pronto, se transformaron en improvisado refugio. No había plan B: sólo quedaba esperar.

Una  barra de Chandón y regalitos de Avon para los invitados eran el entretenimiento mientras se decidía qué hacer. Y como dicen que ‘La actitud es todo” se le puso el pecho al clima y se siguió adelante.

Lejos de arruinar la experiencia, el clima terminó por darle un aire único al evento. El público se acomodó bajo la copa de los árboles y, entre charlas, risas y paraguas abiertos, los invitados se hacían fotos mientras se reorganizaba el comienzo del evento.

El resultado fue casi poético. Con música en vivo de raíces bien nuestras, cercana al folclore, las modelos recorrieron los senderos del jardín luciendo las piezas de Turucuto. Predominaron las telas de algodón y algunos toques de seda, en siluetas fluidas y ligeras que parecían fundirse con la brisa y la lluvia. La paleta de colores viajó de los tonos pasteles a los crudos, grises y tierras, con el jean como aliado urbano y el negro como contrapunto elegante.

Hubo estampas de inspiración mediterránea, con líneas rojas o celestes, motivos de limones y remeras que resignifican palabras de raíz popular como changuita. El resultado transmitió una frescura rústica, con prendas sin accesorios que brillaron por sí mismas, donde lo artesanal y lo contemporáneo convivieron en equilibrio.

El nombre de la colección tampoco es casual. En Tucumán, “Turucuto” se refiere a la acción de llevar a un niño “a caballito” o “a cococho”. También ha sido utilizado en propuestas artísticas locales, como dúos musicales o espectáculos que mezclan folclore con paisajes urbanos. Gusmán retoma esa raíz popular y la proyecta hacia una mirada global, llevando la esencia tucumana “al mundo”.

Así, lo que comenzó como un desafío climático terminó en una postal memorable: moda, cultura y naturaleza conviviendo en perfecta armonía, con un público que vivió la experiencia entre brindis, conversaciones bajo los árboles y la emoción de ser parte de un desfile único.

Una cata al estilo tertulia entre arte e invitados ilustres

Ingresar a la Colección Rivarola, de Marcela Ivanier, es ingresar a un submundo de arte y personalidad. Podrìa uno sentirse en una película de Almodovar por los colores vibrantes que definen cada estancia de lo que es su casa y galería de arte de su colección privada.

El lugar creaba un clima íntimo y sofisticado que anunciaba algo más que una simple cata de vinos: era una experiencia sensorial y cultural. Allí, en el corazón de Buenos Aires, se reunieron empresarios, figuras públicas y amantes del vino convocados por Mariela para degustar los vinos de Finca Suarez de la mano del mismo Facundo Suárez Lastra, ex intendente porteño, político con historia y actual alma mater de Finca Suárez, el proyecto vitivinícola familiar enclavado en el corazón de Paraje Altamira, en el Valle de Uco,  Mendoza.

Sobre la Finca 

Fundada en 1921 por su bisabuelo Leopoldo, Finca Suárez es una bodega con linaje, silenciosamente prestigiosa, recuperada y reconvertida por Facundo. Inspirado por el legado familiar y el potencial del terroir mendocino, se propuso modernizar la finca sin perder el alma artesanal que la define. Desde entonces, Finca Suárez se posiciona como un referente de la vitivinicultura boutique de altura, con vinos expresivos, precisos y profundamente ligados a su origen. Desde 2011 llegó la cuarta generación de la mano de Juanfa Suarez quien  se incorporó a la empresa familiar. Aportó una búsqueda hacia vinos de terruño y prácticas agrícolas sustentables

La finca se ubica sobre suelos aluvionales, pedregosos y ricos en carbonato de calcio, propios de Paraje Altamira. Estas condiciones, combinadas con la altitud —a más de 1100 metros sobre el nivel del mar— y el clima fresco del Valle de Uco, permiten elaborar vinos con acidez natural, tensión, estructura y una expresión única del lugar. En estos suelos se cultivan variedades como Malbec, Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Pinot Noir y Semillón, con rendimientos bajos y gran concentración.

La Cata

Suárez Lastra no solo ofició de anfitrión, sino que condujo personalmente la degustación con humildad, pasión y explicaciones sobre geografía y terroir. Así presentó las etiquetas más destacadas de su finca, logrando captar la atención tanto de paladares expertos como de curiosos entusiastas.

La cata comenzó con el Pet Nat, un espumante natural, vivaz y refrescante, elaborado bajo método ancestral que sorprendió por su frescura y carácter. Le siguieron el Chardonnay, elegante y mineral, y el Semillón, de perfil más austero y textura envolvente, ambos blancos fermentados con levaduras autóctonas y sin intervención excesiva.

El recorrido continuó con el Malbec, fresco, jugoso y representativo del estilo de la casa; seguido por el Cabernet Sauvignon, intenso pero equilibrado, con notas especiadas y taninos firmes. Como broche de oro, se degustó “Las Piedras”, un vino de parcela elaborado a partir de viñedos implantados sobre suelos calcáreos de gran profundidad, que ofrece complejidad, mineralidad y una marcada personalidad.

La cata fue maridada con platos exquisitos de la Chef Paula Comparatore, chef que siempre está en la búsqueda de honrar las raíces culturales y culinarias y así lo hizo con la propuesta de guiso y  humita entre otros platos.

La Anfitriona

Marcela Ivanier, impecable anfitriona y mentora de tan personal espacio que fusiona arte, con su hogar y oficina; una joya bien guardada de la ciudad de Buenos Aires, recibió a los invitados con la calidez y gran don de gente. Su sede, mezcla de galería y refugio cultural, fue el marco ideal para una velada en la que el vino y la conversación se entrelazaron con naturalidad.

La noche se extendió entre brindis, recorridas por las piezas de arte  que visten el lugar, y reflexiones compartidas. No faltaron los elogios a los vinos ni las charlas sobre el valor del encuentro, del trabajo artesanal y del regreso a las raíces.

Finca Suárez hoy produce en pequeña escala, bajo una filosofía de mínima intervención, respeto por el terroir y foco en la identidad de cada variedad. La bodega busca contar una historia sincera y cuidada en cada botella.

Así fue como una noche de otoño porteño se convirtió en testimonio de una pasión que atraviesa generaciones, copas en alto y una Argentina que, entre cepas y memorias, siempre tiene algo nuevo para brindar.

Silencio salvaje: un viaje al corazón del Iberá

Salimos de Buenos Aires antes del amanecer. El auto avanzaba hacia el noreste, cruzando rutas dormidas y pueblos que se desperezaban con los primeros rayos de sol. Atrás quedaban el ruido, las bocinas y la ansiedad urbana. Adelante, nos esperaba una travesía hacia uno de los rincones más puros del país: los Esteros del Iberá. Un viaje al territorio del agua, la fauna y el tiempo detenido.

Silencio salvaje: un viaje al corazón del Iberá

Después de unas 10 horas de ruta, con paradas para cargar nafta, estirar las piernas y dejarnos sorprender por paisajes rurales, llegamos al corazón de Corrientes. El último tramo fue el más desafiante pero sabíamos que habíamos elegido ir al lado B de los Esteros, un lugar donde no nos sentiríamos turistas sino locales. Así, entre espejos de agua y pastizales, apareció la tranquera de la Estancia San Juan de Poriahu con su escarapela de chapa, uno de los secretos mejor guardados del Iberá.

Una casa, mucha historia

Ubicada a 12 kilómetros de  la localidad de Loreto sobre la ruta nacional 118 en  Corrientes, la estancia es más que un hospedaje: es una casa viva, testigo de generaciones. Una estancia histórica que data del siglo XVII. Esta estancia jesuítica, enclavada en el corazón de los Esteros del Iberá, ofrece una experiencia auténtica que combina la historia colonial con la biodiversidad única de los humedales correntinos.

Atendida por sus dueños, Marcos nos recibe como si llegaramos a casa, nos cuenta un poco del lugar y nos invita a pasar a lo que es la casa familiar y que hoy funciona como hospedaje y allí nos dividimos los cuartos entre quienes fuimos. Este viaje fue un viaje familiar y el lugar es ideal porque éramos 3 parejas y algunos niños y jóvenes y ocupamos la casa principal y una de las casas laterales que cuenta con dos habitaciones más con sus baños..

La tierra del agua

Esteros del Iberá es uno de los humedales más grandes del planeta, y probablemente el menos explorado. Este inmenso sistema de lagunas, esteros, bañados y embalsados es el hogar de más de 4.000 especies de flora y fauna. Aquí viven carpinchos,  ciervos de los pantanos, yacarés, aguará guazú es, monos carayá, lobitos de río y más de 350 especies de aves.

En San Juan de Poriahu uno abona un valor todo incluido diario que incluye el hospedaje, las comidas y las excursiones. Allí se convive con esa fauna de forma orgánica. Las excursiones no tienen horario fijo ni formato prefabricado. Se adaptan al ritmo de la naturaleza y de los hospedados. 

La tierra del agua

Una mañana se sale en lancha para navegar por los canales del estero; otra tarde se cabalga hasta el monte nativo donde anidan los chajás. Hay caminatas guiadas, safaris fotográficos y momentos donde simplemente se observa. El espectáculo está garantizado.

Tiempo y raíz

La estancia funciona también como una cápsula del tiempo. No solo por el paisaje que permanece casi intacto, sino por la conexión con lo esencial. Las charlas se disfrutan sin pantallas de por medio. La rutina diaria está atravesada por la lógica del campo y los ciclos de la naturaleza.

Cada comida es una ceremonia: tostadas de pan de campo con dulces caseros,en el desayuno, guisos de campo, carnes de la zona, tortas fritas por la tarde. La mesa es también el lugar donde Marcos, nuestro  anfitrión  cuenta historias: de jaguares que regresan a Iberá, de científicos que pasaron por allí, de los primeros esfuerzos por preservar el ecosistema cuando nadie hablaba aún de turismo sustentable y sobre todo mucha historia.

Volver distinta

Al tercer día, mi reloj interno ya no funcionaba. Dormía con el sonido de los sapos y me despertaban las aves. Aprendí a distinguir al carpincho macho por su tamaño y al ciervo por el brillo de sus ojos. Descubrí que en el Iberá no se va simplemente a descansar: se va a desarmarse, a sacarse las capas urbanas de encima. A entender que somos uno con un todo. A reconectarnos con la esencia.

Cuando llegó el momento de partir, la sensación fue extraña: irse no era solo dejar atrás un lugar, sino salir de un estado. Volví distinta. Y con la certeza de que hay destinos en Argentina que todavía guardan magia, porque resisten la prisa y el ruido.

Lo de Jesus, en pleno Palermo

Si hay algo que siempre es recomendable es cambiar un poco de aire y salir de las opciones cercanas a casa para experimentar la extraordinaria oferta gastronómica que Buenos Aires ofrece. Eso hicimos y esta semana fuimos a sentirnos un poco turistas en nuestra ciudad, esta vez en Palermo, en la parrilla Lo de Jesus.

En la esquina de Gurruchaga y Cabrera se encuentra, con un ambiente de clásica y tradicional parrilla de la ciudad: Lo de Jesús. Un lugar sin duda con historia ya que este emblemático lugar de Palermo nace en 1953 cuando el inmigrante español Jesús Pernas fundó junto a su esposa Lola, un pequeño almacén de barrio de Palermo que se volvió punto de encuentro de los vecinos. 

Con el tiempo, el lugar devino en un clásico bodegón porteño hasta evolucionar en lo que es hoy: un restaurante especializado en carne a las brasas que ofrece buena variedad de platos  en su carta con clara especialidad en la parrilla .

Uno puede vivir tres lindas propuestas al llegar al lugar y elegís dónde sentarte. Se puede optar por una mesita en la vereda, un rincón en el fresco jardín o un espacio íntimo en el salón principal.


Lo de Jesus, en pleno Palermo


Luego, al abrir la carta para decidir qué comer, llega la sorpresa al descubrir que  el menú ha sido diseñado cuidadosamente por el reconocido chef Darío Gualtieri (Hotel Llao Llao, Hotel Hyatt, Amarra).

La atención, factor fundamental de una buena experiencia gastronómica fue muy buena. Sebastian el mozo que nos tocó en suerte, con una celeridad poco común se dispuso a brindarnos un servicio de primera como solo los mozos de oficio saben dar.


Lo de Jesus, en pleno Palermo


La calidad de la carne realmente era muy buena y eso es clave para los amantes del buen asado. El secreto: para el proceso de cocción se utiliza quebracho blanco, espinillo y carbón vegetal, que le añaden un toque ahumado único.  Las ensaladas abundantes, frescas y bien sazonadas son la pareja perfecta para completar la experiencia.

Buen vino 

Un capítulo aparte merece la amplia carta de vinos, aunque sus precios están más bien apuntados al público extranjero que al nacional hay que reconocerle la variedad de opciones. Jonathan el sommelier del lugar, en un portuńol que le dá una nota de color, ayuda a desmenuzar y conocer dando valorados consejos.


Lo de Jesus, en pleno Palermo


La experiencia se completa con clásicas opciones de postres e infusiones que otorgan un cierre ideal a un buen momento gourmet.

  • Dirección: Gurruchaga 1406, Palermo, Buenos Aires.
  • Teléfono: +54 11 3943-1734
  • Instagram: @lodejesus
  • Horarios: Abierto todos los días de 12:00 a 01:00.

Leer más noticias de Gastronomía.

okasan

La consigna era clara en mi grupo de lectura “Las Ateneas”. Debíamos leer el libro Okasan de Mori Ponsowy y luego iríamos todas juntas a ver la obra al teatro Picadero protagonizada por Carola Reyna.

El libro

El libro tiene no más de 150 páginas. De lectura sencilla y delicada. La narradora viaja por primera vez a Japón para visitar a su único hijo, quien se ha ido a vivir a ese lejano país gracias a una beca de estudio.

El viaje no sólo es un recorrido hacia una cultura tan distinta y sorprendente como la japonesa de la que sabemos poco y deberíamos aprender mucho. Es un viaje interior de reconversión de una madre de niños a una madre de adultos. De reconección con uno mismo, con quien se es más allá de a quién se cría. Es además el descubrimiento de su propio hijo, ahora un adulto independiente que ha armado su vida en otro lugar, en otra dimensión.

Si estás en etapa de nido vacío o semi vació con hijos jóvenes aunque estén en tu casa es imposible no sentirse identificada. Si además te pasa como cada vez es más común que tienes un hijo viviendo en el exterior se te hace aún más carne la lectura.

El libro se puede comprar online en Mercado Libre y es un regalo ideal para cualquier madre en ese estadío.

El teatro

El programa era un «programón», 12 mujeres unidas por la pasión de la lectura y fascinadas por hacer programas que nos llenen el alma. El teatro Picadero al que al menos yo no iba hace décadas me sorprendió por su callecita peatonal y por su puesta en valor con ese edificio tan antiguo preservado y esa barra en el medio que invita a pasar desde que ingresas, un buen momento.

En el viaje de ida nos preguntábamos cómo sería la obra. Sin duda pensé que sería un monólogo, un unipersonal, no me lo imaginaba de otra forma.

Carola Reyna en el papel de la madre, sorprende sosteniendo una hora y media de obra, sola en el escenario con una gran capacidad artística. Con numerosos recursos que sólo una actriz de oficio puede aprovechar. Cada elemento, por sencillo que parezca, lo utiliza con maestría para darle ritmo y cambios de ritmo a la obra. Su voz, sus expresiones y su postura escénica nos permiten viajar, reír, emocionarnos y también llorar al compás del relato de Okasan.

okasan

La yapa de esta noche. En la platea está su hijo que vive en España y que por primera vez viene a ver la obra. Ella saluda al público. Pega dos saltitos cual niña emocionada y baja a la platea a fundirse en un abrazo eterno con él.

La obra está en cartel todos los viernes y las entradas se pueden comprar en https://www.teatropicadero.com.ar/

okasan

Para leer más notas de Lifestyle